miércoles, 12 de mayo de 2010

Cuando Charly habla, dice.
Charly habrá sido, tal vez, la persona más idónea que he conocido para vivir esta vida. La más digna.
Quizás por ese modo de evitar la farsa en su máximo exponente. Por esa esquiva forma de ser quien es sin pedir permiso. Casi insolentemente, ser dulce sin parecer débil. Sin ser débil.
Charly no es poesía. Es un huracán de sensaciones momentáneas. Una suerte de barrilete sin asta. Un atropello de palabras que se unen en un hilo de mermelada. La ambivalencia de la simpleza en lo complicado, como un yin y un yang.
Belleza despótica, inspiradora. Un anclaje en la locura. Un punto telepático.
Recuerdo esas tinieblas desconocidas, de las que nada entendí en mi infancia. Aquella mano negra, el borron del mapa. Un abandono no intencionado. Silencioso enigma de voces que yo no escucho.
Cuando Charly decide morir, no muere.
Grita desaforado un sensacional estreno en el Luna Park.
Nosotros no entendemos.
En este punto, lamento ser normal.
Cuando Charly es verdad, no parece creíble.

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